
Son palabras que se saben desde hace mucho en el paladar, que se
topan con el sabor a pan y el olorcito a humo, se impregnan de sol,
lluvia y agua salada a borbotones permaneciendo vivas entre los
colores y los bullicios de las frutas y verduras, de esa calle nunca sola,
de las ropas volando al viento, del cansancio de pies, de las paredes
gastadas, de la infancia, de los cerros amontonados de vida…

Una lengua nos pertenece a los “Lota”; visceral y nostálgica,
gestada entre el bullicio ferial, el taciturno pesquero
y el puño terroso color carbón.
